martes, 12 de noviembre de 2013

Carlos Edmundo de Ory y César Vallejo en Bruselas/ Javier Yagüe Bosch


Después de la lectura, durante el turno de preguntas, un aguerrido asistente local empezó a acosar al poeta sobre esto y aquello: que si la poesía era comunicación, que si tenía que entenderla todo el mundo, que si las imágenes no transmitían los sentimientos, que si patatín, que si patatán; Carlos Edmundo, con mirada melancólica, respondía hablando humildemente de su entrega a la poesía como acto vital, de su apego necesario a la fuerza creadora de la imaginación… Iba el poeta poniéndose mustio, lo ganaba el hartazgo… Así que levanté la mano y, tras apuntar que la búsqueda de la expresividad en los entresijos del lenguaje no está reñida con la transmisión de problemas humanos, comunes, comunicables, le pedí su opinión al respecto y que pusiera esa idea en relación con César Vallejo. Se le iluminan los ojos, se le esfuma la murria, bota en el asiento: “¡Eso, eso, Vallejo! ¡Tiene usted mucha razón! ¡Vallejo es mi padre, mi hermano, a él lo debo todo! Fíjese, yo le escribí esto a Vallejo...” Y, entonces, rebuscando rápidamente en la antología como un niño en un álbum de cromos, leyó con entusiasmo este poema dedicado al poeta peruano en 1973:

Aquel que nunca tuvo locura curandera
Todo enfermo de raíces rostro inmenso
Cetro de ruiseñor en su cetrino rictus
Con tu memoria a cuestas recorro tanto canto
De grito miserere rey criaturial que no
Tuvo otro trono que su trino triste
Cabeza peñascosa alma de panes
Mi hermoso hermano con ojos de mina
Mi solo cristo y mi gemelo lobo
Sosia de tu garganta afeitada y no olvido
Tu faz naturalicia de tremendo extrañor

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