martes, 24 de abril de 2012

Trilce by James Wagner

The 77 poems in James Wagner's Trilce are homophonic translations of César Vallejo’s book of the same name, or at least that was the cathartic process Wagner underwent—in creating them, his versions take on a life of their own. “Titling his book Trilce, James Wagner calls attention to the fact that he used the sound structure of Vallejo’s poems as his matrix—a process that has sometimes been called homonymic (or surface) translation and that Wagner called “auralgraph” in his earlier book, the false sun recordings. It is a form at least as demanding as rhyme & meter and, at this point in history, more likely to generate interesting work. But, as with any form, all depends on what you do with it. James Wagner does a lot.” —Rosmarie Waldrop “Not unlike some of the process in reading Trilce—setting up little boundaries of thought for myself—it struck me too that as in Kafka there is a humor in Vallejo sometimes at his almost saddest—as if in the exaggeration of the plane, emotions are very leveled, i.e., placed next to each other, as equal comrades or equal brothers and sisters—and that, not unlike how Mark Rothko felt about his paintings, James Wagner’s Vallejo ‘translations’ or migrations or journeys feel as though we are walking through objects of emotion, or landscapes of emotion, or contents of emotion. The auralgraphs place a reader truly in the position of being a companion to the poems.” —Michael Burkard "This leaves the translating poet with two options: one, create the best poem possible using the same ‘information’ as the original author; or two, forget the information and try to capture the essential. Most poetry translations fall into the first category, James Wagner’s Trilce falls into the second." —Nick Bredie, from review in Tarpaulin Sky

lunes, 23 de abril de 2012

Trilce: cancionero moderno/ Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi


Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi

Durante años, lectores y críticos no han dejado de preguntarse por la identidad de “la andina y dulce Rita / de junco y capulí”, la inspiradora de “Idilio muerto”, el conocido soneto de Los heraldos negros. Diferente ha sido, sin embargo, la fortuna de la que César Vallejo inmortalizara como “mi aquella / lavandera del alma”, en el menos difundido, si bien no menos intenso, “Trilce VI”. Muy poco es lo que se ha escrito de Otilia Villanueva Pajares, la novia de Vallejo en Lima, retratada en ese poema y en, al menos, una veintena más de composiciones de la que para muchos es una de las obras mayores de la lírica del siglo XX. Su nombre no se encuentra en el prólogo a Trilce de Antenor Orrego, ni en el valioso trabajo biográfico con el que André Coyné sentó las bases del estudio académico de la etapa peruana del poeta a fines de los años cuarenta.

La “lavandera del alma”, la que podía “azular y planchar todos los caos”, careció de nombre propio hasta el año 1965. Debemos su recuperación, la de todas las informaciones conocidas sobre su noviazgo con Vallejo hasta hoy y un puñado de primeras versiones de Trilce –que revolucionaron la manera de entender la génesis y el significado de la obra– a Juan Espejo Asturrizaga, quien rescató estos datos del olvido en su biografía César Vallejo: itinerario del hombre (1892-1923). No obstante, lo delicado del desenlace de la relación entre César y Otilia, que parece haberse visto obligada a abortar tras la ruptura y ante la negativa de Vallejo al matrimonio, llevó a Espejo a referirse a ella a lo largo de su obra por una de sus iniciales (O.). El nombre íntegro de la musa de Trilce, sin embargo, podía encontrarlo el lector atento en dos poemas de Vallejo publicados como apéndice de la biografía de Espejo: la primera versión de “Trilce XV” y la de “Trilce XLVI”. Por lo que respecta a sus apellidos, el paterno apareció por primera vez mencionado, hasta donde alcanzamos a ver, en un ensayo de Juan Larrea publicado en el tercer volumen de la revista Aula Vallejo (1971). El apellido materno se da a conocer aquí con la esperanza de que sirva para rescatar nuevas informaciones y documentos sobre la musa secreta de Trilce.

Otilia Villanueva Pajares y César Vallejo Mendoza se conocieron en Lima en algún momento todavía no determinado del año 1918, muy probablemente a través de Manuel Rabanal Cortegana, colega de Vallejo en el Colegio Barrós. En septiembre de ese año, tras la muerte del propietario del Barrós, Vallejo y Rabanal toman la administración del colegio, rebautizándolo como Instituto Nacional. Semanas más tarde, el 25 de octubre, Rabanal contrae matrimonio con Rosa Villanueva Pajares, hermana de Otilia. El nombre completo de Rabanal y la fecha de su boda, en la que Vallejo ofició de padrino, son informaciones desconocidas por la crítica, que hasta hoy solo tenía constancia del matrimonio de Rosa, la hermana de Otilia, con M.R. o R., modo en el que se alude a él en César Vallejo: itinerario del hombre. El pliego matrimonial confirma también dos datos que proporcionaba Espejo Asturrizaga: que las hermanas vivían con su madre (Zoila Pajares, viuda de Villanueva) y que la familia era oriunda del norte, de Cajamarca.

Según Espejo, además de Rabanal, medió para que César y Otilia se conociesen otro colega del Barrós, F. B. Tras estas iniciales se halla Flavio A. Becerra Suárez, como lo prueban el pliego matrimonial, donde Becerra figura como testigo, y un artículo de Jesús Angulo Caricchio (“Vallejo…, siempre Vallejo”), en el que se afirma que éste perteneció al plantel del colegio. En ese artículo se reproduce una carta del 3 de octubre de 1918, aparentemente conservada por Becerra, en la que Vallejo solicitaba una acreditación de salud y buena conducta al Subprefecto e Intendente de la Policía de Lima, requisito necesario para que la Dirección General de Instrucción permitiese al poeta convertirse en director del Instituto.

Si las informaciones de las que disponemos sobre el inicio de la relación entre César y Otilia son escasas e imprecisas, todavía lo son más las relativas a su noviazgo, que Espejo describe como “apasionado, vehemente, incontrolable”. No se conoce ninguna carta de Vallejo a Otilia, ninguna fotografía de ambos –ni tan siquiera de ella–, ni ningún otro documento, al margen de los poemas de Vallejo, que nos permita reconstruir su relación. A estos obstáculos hay que añadir la dificultad de desentrañar los elementos biográficos en los poemas de Trilce, circunstancia que se pone de manifiesto en el hecho de que, hasta que Espejo habló de la relación con Otilia, ningún crítico fue capaz de inferirla de los propios textos. Los datos que puso en circulación Espejo y su lectura referencial de los poemas amorosos de Trilce permitieron ver, en buena parte de él, una suerte de cancionero moderno. No obstante, el impacto de la vanguardia sobre la obra dificulta considerablemente la lectura en clave biográfica del ciclo de poemas dedicados a Otilia; más fácil es leer referencias en aquellos poemas de los que se conoce una primera versión, prevanguardista. Lamentablemente no sabemos dónde obtuvo Espejo estas primeras versiones, que, en lo que respecta a las relaciones de Vallejo con Otilia, podrían calificarse como la piedra Rosetta de Trilce. De entre las tres conocidas cabe destacar este soneto en versos alejandrinos, en el que Vallejo parece hacer un balance de su relación con Otilia: “En el rincón aquél donde dormimos juntos / tantas noches, Otilia, ahora me he sentado / a caminar. La cuja de los novios difuntos / fue sacada. Y me digo tal vez qué habrá pasado”.

Espejo Asturrizaga fecha la ruptura con Otilia hacia mayo de 1919. Luego de esta, Vallejo fue despojado de la dirección del colegio por sus colegas Rabanal y Becerra. Pero lo cierto es que su vínculo legal con el colegio parece extenderse hasta abril de 1920, en vísperas de su viaje a Trujillo. Ese mes se publica en la prensa una nota firmada por el poeta que dice lo siguiente: “Pongo en conocimiento del público que, teniendo que ausentarme de esta capital, he traspasado el plantel de enseñanza que con el nombre de Instituto Nacional he dirijido, al señor Manuel Rabanal, quien ha asumido el activo y pasivo de dicho colegio, según contrato especial que hemos firmado en la fecha”.

Las pistas de Otilia se pierden aquí y se ignora si Vallejo volvió a tener algún tipo de contacto con ella. Sin embargo, el recuerdo de esa relación quedó marcado en Trilce y se ha convertido ahora en parte de nuestra literatura.


Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi son dos jóvenes investigadores vallejianos. Anteriormente han publicado el libro César Vallejo: textos rescatados.

Trilce VI

El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.
Ahora que no haya quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.

Quedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
¡CÓMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.

TOMADO DE: http://www.larepublica.pe/06-11-2011/cesar-vallejo-y-la-musa-esquiva-de-trilce

domingo, 1 de abril de 2012

Quememos los libros de Vallejo/ Eduardo González Viaña



La semana pasada mientras -con decenas de académicos del mundo- celebraba en Londres los 120 años del nacimiento de César Vallejo, me encontré con un artículo aparecido en la prensa peruana destinado a demoler por fin a nuestro gran poeta.

Un señor- de nombre, Diego La Torre- condenaba a Vallejo por haber escrito una, según él , « letanía derrotista que tanto daño le hizo al país. »

Para el escribiente de « Correo », Vallejo « influyó de manera negativa en el subconsciente de los peruanos. » Sería necesario acallarlo, y decirles a nuestros hijos que « han nacido un día en que Dios estaba contento y que el Perú es un país maravilloso. »

La Torre no es el primero. Hace un lustro, en « El Comercio » , un tal Fernando Berkemeyer culpó al poeta y a su relato « Paco Yunque » de haber incitado la rebelión campesina de Combayo contra los detentadores de Yanacocha, la primera mina de oro de América, la segunda del mundo.

Según el sesudo articulista, influidos por ese texto provocador, los comuneros que defendían su medio ambiente, su dignidad y su vida, en realidad se alzaron « para atropellar los derechos de los grandes. »

« Los débiles de ayer tienen hoy poder »- se lamentaba Berkemeyer. Para él, ese conflicto no se debía al envenenamiento de los cultivos y del ganado, ni al asesinato de un comunero a manos de los gorilas de la seguridad de Yanacocha sino a la idea del socialismo y a la presencia en los púlpitos de sacerdotes aue recuerdan la pobreza de Cristo y su mensaje de justicia social. Flotaba en el escrito el mensaje de prohibir la lectura de Paco Yunque y de toda la perniciosa obra vallejiana.

La Torre y Berkemeyer solo han leído « Paco Yunque » porque es breve y porque se lo exigieron en el colegio. De lo contrario, la novela « El tungsteno » habría pasado bajo sus pestañas. En ella, Vallejo retrata una mina hasta hoy existente, Quiruvilca, donde fue testigo presencial de cómo salían ciegos, tuberculosos o mutilados los trabajadores y de cómo la tierra se convertía en un negro hoyo del infierno.

De haber sido mejores lectores, La Torre y Berkemeyer habrían exigido que se quemen esos textos o que se declare terroristas, antiperuanos y enemigos de la inversión extranjera a los maestros que dan clases con Vallejo o a los curas que lo mencionan en sus sermones como se hizo antaño. y como se pretende que se haga ahora.

En diversas publicaciones y blogs se ha dicho que La Torre y Berkemeyer son idiotas. No lo creo así.

Ambos son la expresión inocente, casi naif, de algo que está presente en casi todos los grandes medios de expresión del Perú. Los antiguos enemigos de la candidatura del actual presidente suponen que él es ahora uno de los suyos, y tratan de persuadirlo todos los días para que emprenda acciones antidemocráticas, pero según ellos necesarias para mantener un orden injusto y fatal o un anacronismo perverso.

El masacrador de Accomarca declaró hace muchos años ante una comisión del Congreso que personalmente había matado niños en esa aldea, pero que lo había hecho con buena intención, para evitar que de adultos se convirtieran en comunistas.

De la misma forma, los antes nombrados « columnistas » y los periódicos que profesan un integrismo de derecha azuzan a las autoridades para que se revisen los textos escolares y para que de allí se eliminen lecturas como las que mencionamos o lo han hecho ellos : Montaigne, Voltaire, Marx, la teoría de la evolución de Darwin, los cuentos de Ribeyro, los poemas de Alejandro Romualdo y para que borren de la historia los retratos de Túpac Amaru o del general Velasco Alvarado.

Para el integrismo derechista, los peruanos del futuro, en vez de ser hombres completos deberán ser sujetos del mercado, esto es seres previsibles, robotizados, incapaces de soñar utopías y felices, tan felices como La Torre y Berkemeyer.

De nuestras escuelas y universidades, según ellos, debe salir el nuevo hombre hábil solamente para aceptar todo lo se le diga, pero incapaz de escribir un poema como Vallejo o Eguren, o de soñar con la salvación como Túpac Amaru.

En resumen, quememos los libros de César Vallejo. En su lugar, tendremos niños del futuro acaso muy parecidos a La Torre y Berkemeyer. Tendremos maravillosos chimpancés que manejan celulares.