domingo, 29 de agosto de 2010

"La familia extraterrestre de Santiago de Chuco"/ Juaquín Regalado


Entré por donde me fue dado ver que Santiago de Chuco había habitado esa casa, me escurrí por la rendija que dejaban las puertas desparejadas, y, al pasar medio zaguán, después de un fondo rojo de altar detrás de la esperma sostenida por la fe, acelerado mi corazón, conté las matas de manzanilla del patio, entre las piedras una música de raspadura que nos empalaga. Al fondo, sobre una silla hecha mueca, descansaba con la miel del sol, el tiempo personificado en mujer y voz de ave.
- Ave María, corazón de Jesús. ¿Quién ha venido? (como yo ya niveo); Miguel, Abraham, Nativa. ¿Quién sois? – exclamó la anciana-.

- Soy yo, soy yo --le digo—el Joaquín; claro que no seadeacordar, porque, eso sí, yo ni soy de aquí, recién acabado de llegar estoy, porque, eso sí, quisiera visitarle al Cesítar, que tanto se le quiere por mi tierra oiga, y tanto y tanto se habla de él por lo bueno y bien que anda cantando en sus poemas, eso sí.

- Ahh --me responde-- ya tiempos que nadie viene por esta casa, he encanecido desde que vinieron a poner una placa por el César, mi tío. Yo soy hija de Miguel, y me llamo Otilia, Otilia Vallejo Gamboa; pero antes, más apropiadamente el apellido de la casa ha sido, y hasta cuando cumplí los setenta y todavía enseñaba en la escuela de Santiago, Otilia De Vallejo De Gamboa. Señorita, para servirle.

- Gracias Doña Otilia, yo encantado de conocerle, eso sí, porque a la final, uno no va a venirse en semejante viajezaso desde el ecuador, por las puras; ni que me dieran viáticos los del portafolio de educación y cultura para visitar su casa; no, de ninguna manera, ha sido una cosa así, cómo le digo, nacida de mí mismo, asi ni como para poder decir no, nocierto; sinó por ese deseo inmenso de venir a verles y conocerle a usted, que para mí ha sido una sorpresota, Doña Otilia, y un gusto eso sí.

- Bueno era el tiempo de antes --asentaba con la cabeza doña Otilia, mientras tejía con los dedos el balido de una rama estrujada—aunque para serle franca yo no conocí a mi tío, fíjese que, dicen pues, que se ha ido jovencito y nunca más llegó a regresar a este pobre suelo. Pero si quiere entrar a ver los cuartos, hágalo con confianza, allí está el poyo --me señaló con el sentimiento—y adentro la cocina, pueda que en alguna de esas ollas le encuentre.

- […]

La cocina estaba obscurecida del hollín de la tristeza, las ollas de luto e inmóviles recordando el sabor de algún locro de antaño. La situación era de fuerza mayor, como haber entrado en un espacio sin aire. Yo estaba lívido, tanto que contrastaba con el lugar. De pronto, sobre las sombras y dentro de ellas, con un paletó negro, César Abraham Vallejo, de él, salido de sí mismo, desde la esquina de la cocina, con un poncho roto en el brazo izquierdo y señalando el techo con un cuchillo de palo en la otra mano decía:

“La mujer de mi padre está enamorada de mí,
viniendo y avanzando de espaldas a mi nacimiento
y de pecho a mi muerte. Que soy dos veces suyo:
por el adiós y por el regreso. La cierro al retornar.
Por eso me dieran tanto sus ojos, justa de mí,
infraganti de mí, aconteciéndose por obras termi_
nadas, por pactos consumados”

Terminó de decir esto y se recostó en el suelo. Me quedé cenizo. Me acerqué sacando fuerzas de no sé dónde, para tratar de levantarlo. Le dije César qué te pasa. Sin mirarme, se levantaba nuevamente, esta vez con una tiza blanca que sacó de la gabardina para escribir en la pared de la cocina lo siguiente:

“Todos han muerto.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi
hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta,
los tres ligados por un género triste de tristeza, en
el mes de Agosto de años sucesiv…”

Y me acerqué tomándole el brazo con el que escribía y le dije: Oye Cesítar, tranquilízate, no te pongas así, vamos a tomarnos un trago.
Por fin, cediendo un poco a su fatalidad me miró bondadosamente, estiró su brazo y me puso la mano sobre el corazón con un rictus de serenidad y me repitió sin haberme dicho antes un detalle del atardecer que se venía:

“!Al borde del fondo voy,
cuñado Vicio!
La oruga tañe su voz,
y la voz tañe su oruga,
¡padre cuerpo mío!”

y se retiró por la puerta hacia el patio. Para serles franco, no le entendí muy bien lo que quiso decir, y me quedé un rato parado, así, medio como enfermo de la vista.
Salí enseguida con afán de alcanzarle, pero en el patio, a más de Doña Otilia, se encontraban dos mujeres más, cada cual veinte años de edad en diferencia; les pregunté si le habían visto salir.

- ¿A quién?, respondieron en coro.

- A César Vallejo, repliqué.

Se quedaron viendo el luto que tenían dentro y los pañolones negros. Y respondieron en coro:

- César murió hace más de cuarenta años y nosotras no le conocimos. Aquí está su casa, la de que fueron sus padres, sus hermanos y hermanas, aquí vivimos nosotras, su familia posterior, la familia extraterrestre de Santiago de Chuco. Aquí vivirán nuestros nietos.

Yo ya no supe qué hablar, ni qué hacer más, les agradecí gentilmente por haberme permitido visitar la casa y me salí.

Al cruzar la puerta de la calle, en una pared de la fachada había dos placas recordatorias: la una era de la Universidad de Trujillo y la otra no me acuerdo. Lo cierto es que con un carboncito que encontré botado en el filo de la acera, me acerqué a la pared de cal y puse así:

AQUÍ TUVIERON UN ENCONTRÓN
CÉSAR VALLEJO Y EL QUE LES
HABLA.
EL ÚLTIMO, Y POR INTERMEDIO
DE ÉL, EL TALLER LA PEDRADA
ZURDA DE ECUADOR, LE RINDEN
UN SUPER – HOMENAJE AL POETA.
Santiago de Chuco, octubre 1978


Tomado de Joaquín Regalado, "Como quien fuera a visitar" (Parte segunda). La pedrada zurda. Compendio de existencia 1978-2005, Quito, 2005, pp. 67-76.

miércoles, 18 de agosto de 2010

César Vallejo y su derecho a meter la pata (Lima: Editorial Leo, 2010)


Así viene este título, entre jocoso, ponderado y muy amenamente escrito del psiquiatra y reconocido vallejista, Max Silva Tuesta. El suyo es un breve compendio de ensayos y, el último, a su modo una continuación de una reciente novela suya: “La yapa”. Sin embargo, para el asunto que nos convoca, creemos que lo más sabroso y no menos bien documentado, entre todos estos opúsculos, es su hoja clínica respecto a las más de cincuenta erratas (64 en total) que percibe dicho autor en la edición en cuatro volúmenes, por parte del Dr. Ricardo Silva Santisteban, de la Poesía Completa (Lima: PUCP, 1997) de César Vallejo. Reiteramos lo de hoja clínica porque, Max Silva Tuesta, achacará aquellos descuidos de Silva-Santisteban, a que éste se halla entre: “los que no lo quieren bien o de los que se dan el lujo de decir que Vallejo no es santo de su devoción […] Y ahí están los resultados de esa mal querencia: no sólo todo ese torrencial de erratas que he puesto al descubierto, sino ciertos conceptos vertidos sesgadamente refiriéndose al poemario Los heraldos negros” (40). Se refiere el autor de este opúsculo, en esta última demanda, a cierto --creemos justificado-- tufillo de soberbia o flagrante ceguera en el prólogo a dicha Poesía completa que con talante ceñudo Max Silva Tuesta va ventilando, citamos: “En esta primera [etapa] fue bastante haberse elevado de lo ramplón, lo pedestre y lo pomposo a una poesía original, genuina y personal” [Silva Santisteban, Vol.I, p. 64 ].

Sin embargo, entre toda la escrupulosa tabla de erratas por amputación o por sustitución que se publican aquí, el título de “César Vallejo y su derecho a meter la pata” alude a una particularmente sugestiva. Citamos:
“Ricardo Silva-Santisteban, por lo demás, no sólo es teratógrafo. Peca también de faltoso, como cuando, mismo académico de látigo, le increpa a Vallejo por: No saber tildar el adverbio de cantidad ‘mas’ y, más bien, tilda [r] la conjunción adversativa ‘mas’. Aquellos acentos ectópicos se encuentran en Los heraldos negros (1918), es cierto; pero hay otros acentos más importantes que RSS los borró del mapa poético […] Vallejo comienza a acentuar ser (sér) desde su primer poemario”. Y continúa nuestro psiquiatra: “Ante tanto reproche endilgado con tan mala entraña, como el de RSS, César Vallejo tiene que haber escrito este reclamo suyo, cuatro años después en Trilce (1922): sí, pues, su derecho a meter la pata ¡carajo! Lo del carajo es mío, por supuesto” (39).

Y decimos particularmente sugestiva porque pone sobre el tapete, la verdad que toda lectura siempre lo hace, dos modos radicalmente distintos, pero no sé si inconciliables, de acercarse a la poesía del autor de Trilce. Uno supuestamente más académico, aunque pareciera no necesariamente riguroso, donde sobre-imponemos nuestra autoridad o nuestros gustos. Y otro acaso más intuitivo o no profesional que comunica un margen mayor de libertad y un grado más arriba de empatía o fervor con esta obra; pero que, a pesar de asistirle la razón, no deja tampoco de ser soberbio o autoritario. Frutos de nuestra educación en el Perú. En todo caso, pensamos que nadie puede intentar pasarse de listo con Vallejo; no existen lecturas unívocas o unidimensionales de su obra; lo que parece error u omisión, probablemente no lo sea. Y sobre todo, y sin duda para mí, y sobre todos los poetas peruanos de todas las épocas, es el único verdaderamente universal hasta la fecha.